
Está enterrado en el cementerio de Montparnasse, ya que no pudo objetar ante ello. Para hablar de Tzara tendríamos que hablar de la Segunda Guerra Mundial, o no, quizá únicamente tendríamos que mencionar sus vestigios morales. Al todos ver las ciudades caídas, desmoronadas como pasteles después de la mordida, cambió la visión de la esperanza y de la libertad y de la justicia y todos esos preceptos morales casi epitafios. Entonces llegó el DADÁ vestido de papalote a incendiar desde Viena hasta París, desmoralizándolo todo (eso es de un verso) y lisonjándolo todo. Es curioso que en los manifiestos dadaístas está descrita la cultura como elitista, el mundo y la sociedad como un absurdo, la humanidad como una corriente inércica que hace de su vida su juego y su papel actoral sartreriano. Es más curioso que los poemas de Tzara sean tan humanos, después de parecer un "enfant terrible", de admonitorio dedo índice en busca de falacias.
Sus poemas son conversaciones hacia el viento, símbolos de anatomía y del mundo moderno (en ese entonces) conjugados. La nobleza resbala en el cauce de su verso, la claridad de un mundo verdadero, cierto, que ocurrió. Para que el mundo del poema sea el mundo de la verdad, se engarzan realidades internas y realidades externas. Eso es hacer del verbo carne, ingenuamente y sin chistar.
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